En el libro IX de la primera parte de la Historia de la villa imperial de Potosí de Bartolomé de Arzáns Orsúa y Vela, se refiere a don Luis Antonio de Oviedo y Herrera en su llegada a la Villa Imperial de Potosí:

Fue su entrada a esta Imperial Villa de tanto gozo para sus moradores que no se vio en otro corregidor alguno tanta alegría, que parece les venía todo el sosiego y paz tan deseada y no vista en Potosí desde se descubrimiento. Y fue así, porque con su buen gobierno, afabilidad y suma prudencia se serenaron los ánimos de las naciones encontradas y se comenzó a gozar de toda quietud y paz, que aunque en Potosí nunca faltan disturbios, odios, pendencias, disensiones, muertes y atroces sucesos (por ser propio influjo de sus estrellas) son todos después acá por acasos particulares, pero no por la [ausencia de] delicadeza, falta de razón y caridad que antes de la venida de este buen caballero (Historia I,9: 239).

Esta semblanza fisiognómica y moralizante describe a un Luis Antonio de Oviedo visto como dechado de virtudes políticas. La ya citada Historia de Arzáns de Orsúa es una de las pocas fuentes biográficas antiguas (primera mitad del siglo XVIII) que  ha servido para reconstruir aspectos de la vida del autor del poema épico Vida de santa Rosa de Lima. Arzáns de Orsúa dedica doce capítulos correspondientes, como es de esperarse, a los doce años que duró su corregimiento.

La reseña más completa (al mismo tiempo que consultada) de la vida del Conde de la Granja se encuentra en el tomo III de Hijos de Madrid de José Antonio Álvarez y Baena (Madrid, 1790), que ha sido reproducida por el Catálogo de Cayetano de la Barrera y Leirado (Madrid, 1860), el tomo I de Poetas líricos del siglo XVIII de Leopoldo Augusto de Cueto (Madrid, 1921) y La imprenta en Lima de José Toribio Medina (Santiago de Chile, 1966), por citar tan solo las más exhaustivas. De todas las mencionadas, es la de J.T. Medina la que incorpora más datos novedosos, aun cuando no los justifica con fuentes bibliográficas o archivísticas.

Etapa previa a la llegada a América

Luis Antonio de Oviedo y Herrera nació en la ciudad de Madrid el 14 de octubre de 1636 (Álvarez y Baena 426 y Mendiburu 299). Hijo de don Antonio de Oviedo, caballero de la Orden de Santiago, y de doña Luisa Ordóñez de Rueda, fue educado en la misma ciudad en la que su padre se desempeñaba como regidor del Cabildo Salmantino. Su padre, natural de Almeida, además del antedicho cargo, ostentó los de Secretario del Rey y de sus Reales Guardias Españolas, Furrier Mayor de las Reales Casas de Rey y Reina, Procurador de Cortes de Salamanca y Vicecanciller de Indias (Hijos de Madrid. Tomo III, 426) [1].

Luego de hacer sus estudios en la Universidad de Salamanca, pasó a servir en los Estados de Flandes, en clase de capitán de Caballos Corazados. Ahí participó de la célebre Batalla de las Dunas o de Dunkerque (1658), cuando tenía tan solo 22 años de edad. Posteriomente, regresó a Madrid como regidor perpetuo de Salamanca, título que heredó del padre. Como procurador de Cortes de la dicha ciudad estuvo presente en la proclamación del rey Carlos II (Álvarez y Baena 426 y Mendiburu 309-310).

Cabe mencionar, que una de las obras más tempranas del Conde, su “Romance a San Jacinto” que fue señalada por Álvarez y Baena (Álvarez y Baena 428-429) y, luego, por José de la Riva-Agüero (227) fue impresa en Madrid el año de 1657 (y no en 1656, como señala Álvarez y Baena) dentro del Certamen angelico en la grande celebridad de la dedicacion del nuevo, y magnifico templo que su grave conuento de religiosos de la esclarecida Orden de Predicadores consagro a Santo Tomas de Aquino … el octubre de M.DCL.VI / dedicale … Ioseph de Miranda y la Cotera (folios 52v y 54v)[2]. Un todavía joven Oviedo y Herrera participó en un certamen poético con su romance dedicado a la estatua de san Jacinto, junto con otros escritores como Juan Vélez de Guevara, Ambrosio de Arce, Carlos Magno, Andres de Barza y Antonio de Espinosa, entre otros. A fines de la década de 1650 su nombre se encontraba no solo relacionado con algunos prestigiosos nombres de letrados madrileños, sino que acusaba una proximidad respecto de la Orden de Predicadores.

En 1666, año en el que llegó a América, se imprimió su comedia Los sucesos de tres horas, la misma que se encuentra en la Parte veintiséis de comedias nuevas escogidas de los mejores ingenios de España, tal y como lo refirieron en fechas tempranas Riva-Agüero (227) Medina (290) y Mendiburu (311). Recientemente, José Antonio Rodríguez Garrido confirmó que dicha comedia es, sin duda, del Conde de la Granja, a partir de la identificación de una importante referencia sobre sus representaciones en el Palacio Virreinal de Lima en 1700 y 1709 (Teatro y poder en el palacio virreinal de Lima (1672-1707). PhD Dissertation. Princeton: Princeton University, 2003, 192-194). Su posterior y definitivo viaje al Nuevo Mundo encuentra a un Luis Antonio de Oviedo relacionado tanto con la corte como con aquellas personalidades propias de la esfera literaria matritense. Su incursión en el teatro, por ejemplo, nos esclarece los vínculos con personalidades como el célebre dramaturgo Antonio de Zamora, cuyo soneto “En alabanza de la obra” se encuentra entre los preliminares de su poema épico.

Llegada al Virreinato del Perú

Luis Antonio de Oviedo Herrera y Rueda llegó a suelo americano el 29 de diciembre de 1666 (AGI, Pasajeros L.12 E 2040), siendo ya un hombre maduro de 30 años, forjado según el ideal cortesano que demanda en el hombre el ejercicio de las armas y el cultivo de las Letras.

Siendo, pues, un experimentado capitán y escritor de mediana experiencia, había llegado al virreinato del Perú con el cargo de corregidor de la ciudad de la Plata y de la Villa Imperial de Potosí, el cual le fue concedido por el mismo Carlos II el 23 de junio de 1666 (AGI, Contratación 5794 L.2, fol 280 – 282 v.)[3]. Bartolomé de Arzáns y Orsúa, por su parte, permite corroborar que Oviedo y Herrera llegó a Potosí a mediados de 1667 (239). Su labor de corregidor coincide, pues, con el período de estabilización de Potosí, el cual comprende las décadas de 1660 a 1690. Si bien la producción argentífera en dicha villa alcanzó su máxima producción hacia fines del siglo XVI, ya desde inicios de la década de 1590 la producción decrecía notablemente (Lynch Los Austrias 292 – 293). Con Oviedo y Herrera dicho corregimiento recobraría algo del pasado lustre de su prestigio, pues como se lee, sobre todo en los acontecimientos descritos por Arzáns y Orsúa durante los primeros años de su corregimiento, este trajo no solo alegría, sino también sosiego y paz a los constantes enfrentamientos entre vicuñas y vascongados  ( referidas como naciones enfrentadas en Historia 239[4]).

Disputa con el conde Lemos

Asimismo, uno de los aspectos más recordados del corregimiento llevado a cabo por Oviedo y Herrera es el de la disputa que sostuvo con el Conde de Lemos[5].  Su relación, según lo muestra la documentación preservada, fue conflictiva desde sus inicios. Por ejemplo, antes de la querella epistolar que autores como Lohmann Villena y Vargas Ugarte han descrito en relación con sus pareceres opuestos respecto de la mita potosina, se aprecia lo que parece ser su primer desencuentro político: refiere Arzáns y Orsúa en su Historia que estando el recientemente arribado virrey Conde de Lemos en el asiento de Puno, a mediados de agosto de 1668 debido a la rebelión de los hermanos Salcedo, consiguió apaciguar los ánimos de los criollos, “nación peruana [que] no quiso tomar las armas contra el pendón que traía su excelencia” (245). Sin embargo, el Virrey, a pesar de que la sublevación fue aplacada, “envió un correo a Potosí al general don Luis Antonio, diciendo que aunque le había escrito [el mismo Oviedo y Herrera] cómo esta Villa quedaba muy pacífica, con todo eso pedía le avisase el estado en que de presente se hallaba, pues de continuar sus sediciones y demás locuras estaba con ánimo de subir a ella y ejecutar en los rebeldes el mismo castigo que en los de Puno” (Arzáns y Orsúa Historia 246). Asimismo, le ordenó que desarmase “a los hijos de los hombres de España”, quedando sujetos a graves penas los que desacatasen (246). Como se puede apreciar, incluso desde su más temprana comunicación conservada, la relación entre ambos hombres estaba ya signada por lo que parece ser una competencia de poderes. El Virrey buscó siempre imponerse sobre el Corregidor de una de las Villas más renombradas, tanto en el Nuevo como en el Viejo Mundo. A inicios de 1669 la situación no mejoraba: Arzáns y Orsúa menciona los rencores que deterioraron la relación entre ambos hombres, pues, como lo refiere, el Virrey quería destituir a Oviedo y Herrera de su cargo para colocar en el mismo a uno de sus allegados (Historia 250).

Posteriormente, en una carta que Oviedo y Herrera le dirigiera a la reina regenta, Mariana de Austria, desde Lima con fecha del 12 de enero de 1670, expresa la necesidad de mantener cierta autonomía respecto de la elección de los funcionarios: “Tengo por constante que si el nombramiento de Corregidor de Potosi fuesse de eleccion del Virrey acudirian mejor y con mas atencion al servicio del Virrey, que en todo mandara lo que mas combenga” (AGI, Lima 71, 1669, L. 2). Dicho pedido por el fortalecimiento del Virrey respecto de sus funcionarios tuvo una razón muy específica en cuanto al trabajo realizado por Oviedo y Herrera: este había permitido que los indios de la mita trabajasen en doble turno, mañana y noche, en contra de lo que el conde de Lemos promulgaba[6]. Ciertamente, la estabilidad de la producción argentífera se dio durante el corregimiento de Oviedo y Herrera, pero se tuvo que explotar al máximo las condiciones del trabajo de los mitayos. En una carta del mismo Oviedo fechada el 3 de enero de 1670 se constata que su mandato estipulaba que los indios podrían trabajar en doble turno solo voluntariamente (AGI, Lima 71, 1670, L. 3); sin embargo, el conde de Lemos opinaba lo contrario: un mes después de escrita la carta del corregidor, el virrey acusaba a la Reina regenta la voluntad de complacencia que el funcionario potosino manifestaba respecto de los intereses de los mineros (carta de 3 de febrero de 1670. AGI, Lima 71, 1670, L. 3). Aproximadamente, por el mes de octubre de 1671 el virrey lo destituyó del cargo de corregidor, en vista de que no cumplió con el mandato que le hiciera llegar mediante la carta del 3 de diciembre de 1669; sin embargo ya para el 21 de enero de 1672, mediante Real Cédula, se le restituyó el cargo y sus bienes (Mendiburu, tomo VIII, 310). Habiendo fallecido el Conde Lemos en 1672, el general Oviedo y Herrera pudo regresar a mediados del año entrante a la Villa de Potosí. Fue recibido con alegría; no obstante la algarabía de los potosinos, el afecto que le guardaban habría de mudarse en sentimientos encontrados (Arzáns y Orsúa Historia 262).

Vinculación con la comunidad criolla limeña: su matrimonio con Sinforosa López de Echaburu

Desde 1673, fecha que Lewis Hanke desestima como la de su matrimonio, se conocen noticas de la relación que el general don Luis Antonio mantuvo con doña Sinforosa López de Echaburu, distinguida personalidad limeña (Arzáns de Orsúa Historia 262-263. Véase la nota I consignada por L. Hanke). Según refiere una noticia dada por José Toribio Medina, Oviedo firmó en 1673 un poder para que la entrega de su dote se hiciese efectiva en Lima en 1674, año que tanto Mendiburu, Hanke y el mismo Medina toman por efectivo de la consumación nupcial (véase sobre todo La imprenta en Lima 289). Aun cuando no sepamos con certeza  la fecha exacta del matrimonio, tenemos indicios del comienzo de su relación y de los múltiples viajes que la pareja realizó entre Potosí y Lima incluso antes de que se avecindaran en esta última definitivamente en la década de 1680 (AGN, Protocolos notariales, testamento cerrado, f. 315r-v). Asimismo, se desprende de la información citada por Mendiburu y Medina que el matrimonio se realizó el mes de agosto de 1674, mas no se menciona ningún documento sobre el particular.

Doña Sinforosa López de Echaburu era hija del notable tesorero general de la Santa Cruzada, Luis López de Echaburu y de doña Bernarda de Cívico (AGN, Protocolos notariales, testamento cerrado, f. 315). Su matrimonio contaba ya con una considerable dote de ciento cuatro mil pesos, la cual incluía un pequeña “chacara de pan llevar nombrada San Nicolas de Tolentino en el Valle de Chuquitanta legua y media desta ciudad de Lima” (AGN, Protocolos notariales, testamento cerrado, f. 315 v.). El matrimonio tuvo tres hijos legítimos: Luis Aniceto, Rosa María del Salvador (quien fuera subpriora en el Monasterio de Nuestra Señora del Prado en Lima) y María Josefa (AGN, Protocolos notariales, testamento cerrado, f. 317 v.). Ya para mediados de 1670, como es evidente, Luis Antonio de Oviedo y Herrera había estrechado sus lazos con el suelo americano no solo por el nacimiento de sus tres hijos, herederos del condado, sino también porque había ganado una distinguida familia política en la ciudad de Los Reyes.

Conviene, por su parte, resumir la información que sobre el dicho matrimonio refiere una fuente tan rica en datos biográficos como la Historia de Arzáns y Orsúa: el cronista señala que dicho matrimonio se hallaba consumado desde 1673, año en que Oviedo y Herrera regresa a Potosí de Lima. Asimismo recrea los eventos del desafortunado debut de doña Sinforosa dentro del círculo de las notables de la Villa Imperial. Ella, junto con otras limeñas, escribió una copla en la que mediante el uso de las personas poéticas hacía mofa de las potosinas. El evento trascendió y pronto la esposa de Oviedo y Herrera se hallaba en las arenas del conflicto social como una paria (Historia 263). Desde entonces, incluso el general don Luis, quien tan amado había sido por los potosinos, padeció el menosprecio de sus vecinos. De un incidente acaecido en 1675, en el que Oviedo y Herrera pugnó por un lugar destacado en una ceremonia religiosa se lee que la ida y vuelta del general a Lima le había menoscabado su mucha prudencia y benignidad, si no es que digamos que de la poca que tenía doña Sinforosa su mujer se le había pegado la mitad de ella, porque estaba ya tan otro  del que solía que no se entendía otra cosa (Historia 273).

Para 1676, en Potosí, su suerte había cambiado. Por una parte, cargaba a cuestas con la obscura fama de su cónyuge; por otra, se le señalaban ya no solo hechos felices, sino también infelices en su gobierno. De su derrotero final como corregidor, resulta digno de mención el año de 1679, último de su gobierno. Hubo, por un lado, alarma de una posible invasión de piratas ingleses al puerto de Arica, la misma que causó mucho alboroto en la Villa (Historia 294). Por otra parte, se renovaron en Potosí antiguas querellas entre criollos y vizcaínos, las mismas que gracias a las gestiones del general Oviedo y Herrera consiguieron resolverse llegado el mes de octubre de 1679 (Historia 296). Agridulce podríamos decir, abusando de una metáfora, que es el sabor de las palabras con las que el cronista despide al general don Luis Antonio al término del relato de su gobierno:

Nuestro general don Luis Antonio de Oviedo y Herrera, en 12 años que gobernó esta Imperial Villa hay quien dice que sacó libre de gastos 400,000 pesos, aunque otros echan 500,000. La renta del corregidor de Potosí que tiene en las reales cajas de esta Villa pasan de 5,200 pesos, que en los 12 años serían más de 62,500 pesos . . . el general don Luis Antonio llegó a recoger tanta suma de plata, ¿cuánta será la que otros cruelísimos tiranos habrán recogido? (Historia 297)

Sin duda, la consideración de Arzáns y Orsúa tiene una connotación ambigua, pues aun cuando reconoce cierta moderación en sus ganancias, no deja de señalar que este, como otros menos moderados corregidores, hurtó una gran cantidad de bienes. Su partida hacia la sede de la corte virreinal fue también señalada como una suerte de balance, en el que su gobierno se inclinó más hacia consideraciones positivas:

Finalmente, acabando en mucha paz su gobierno el general don Luis Antonio partió para la ciudad de Los Reyes adonde (como ya dije arriba) quiso intitularse conde de la Granja, y pudiera también comprar vasallos a peso de plata pues para todo había, pero no se podría más. Allí vive y viva muchos años, pues tan buenas memorias dejó en esta Villa (Historia 297).

Residencia en Lima: devoción a Rosa de Santa María y producción literaria

En 1682 ya se le encuentra avecindado en la ciudad de Lima, luego de haber cesado sus funciones como corregidor de Potosí, tal y como se constata en la carta de apertura al juicio de residencia (AGI Escribanía S70 866 A)[7]. Sin lugar a dudas, la década de 1680 traería para Luis Antonio de Oviedo y Herrera más que buenas nuevas. El 12 de junio de 1683 se le concedería el título de Conde de la Granja desde Madrid (AGI Títulos de Castilla en Indias 11 R.6 y AGN, Protocolos notariales, testamento cerrado, f. 318 r.)[8]. Para entonces el conde la Granja contaba ya los 47 años de edad e incrementaba una reducida, pero significativa obra poética.

Si fuesen ciertas las noticias que Arzáns y Orsúa proporciona sobre el enriquecimiento de Oviedo y Herrera durante los doce años que fungió de corregidor de Potosí (Historia 297), habría dispuesto en Lima de una cifra cercana a los 500 mil pesos. La realidad que atendemos desde sus testamentos y de la venta del título del condado de la Granja por parte de su hija es muy diversa. Al parecer en Lima, la familia Oviedo y Herrera atravesó dificultades económicas que hoy solo podemos inferir a través de documentación notarial. No obstante, en Lima el Conde de la Granja dedicó buena parte de su tiempo al quehacer literario y, desde luego, a la redacción de su poema épico.

Si bien Arzáns y Orsúa da como fecha de las celebraciones por la beatificación de Rosa de Lima el mes de octubre de 1670, es muy probable que nuestro autor no haya podido asistir a las mismas, aun cuando ya era corregidor de la Villa Imperial. Lewis Hanke sostiene al respecto que Oviedo y Herrera debió salir de Potosí por mandato del virrey Conde de Lemos en setiembre de dicho año (Historia 253, nota 4). De ser así, Oviedo y Herrera no habría presenciado ni las comedias ni los programas emblemáticos y pictóricos ni las corridas de toros ni los juegos ni las comedias y demás invenciones, como una fuente de vino que fue la favorita del vulgo (Historia 253). Partiendo, pues, de esta premisa, Oviedo y Herrera habría radicado en Lima desde 1670 hasta 1672, lo que no implica que no haya tenido noticia de los festejos potosinos. A pesar de su ausencia, hay que apuntar, además, que en 1670 se dio a la imprenta la cumplida relación que Diego de León Pinelo hizo, por mandato del virrey Conde de Lemos, de las fiestas por la beatificación de Rosa de Santa María. Se trataba, pues, de años de especial algarabía para la población del Reino, la misma que no debió pasar desapercibida para nuestro autor.

No obstante las querellas con el Conde de Lemos, debemos señalar que al menos tenemos testimonios de las buenas relaciones que sostuvo al menos con otros tres virreyes: el Duque de la Palata (1681-1689), el Conde de la Monclova (1689-1705) y el Marqués de Castell dos Rius (1707-1710). A pedido del primero, el ya Conde de la Granja firmó en Lima el primero de noviembre de 1683 un Parecer sobre la fortificación del Puerto del Callao, cuya copia hológrafa se conserva (AGI Lima 299). Dicho texto no solo es importante por sus consideraciones bélicas y defensivas (así como por la elaboración que desarrolla sobre las naciones protestantes que ya hemos comentado en el tercer capítulo), sino también porque confirma que el Conde de la Granja guardaba una proximidad tal con el Palacio Virreinal que le confería el estatuto de consultor del mismo Virrey. Dicho Parecer, por su parte, deja constancia de la preocupación que el Conde veía en los navíos piratas de los holandeses, la misma que está ampliamente desarrollada en los cantos finales del poema santarrosino.

Poco, lamentablemente, se sabe sobre su estancia en Lima durante las décadas de 1680 y 1690. Desde 1683 ostentaba ya el título de Conde de la Granja y pronto habría de establecer relaciones con la elite limeña a través de su familia política. No obstante conocemos ahora dos hitos importantes de la última década del siglo XVII. En primer lugar, se sabe que con fecha posterior a 1692 se debió escribir el romance “A vos, Mejicana Musa” que le dedica a Sor Juana Inés de la Cruz[9]. Se estableció entonces una importante conexión entre ambos que, por una parte, repercutió en la obra del Conde y, por otra, permitió probablemente la presencia de documentos novohispanos en nuestro territorio (Rodríguez Garrido 2004). En segundo lugar, sabemos ahora que para 1697 estaba concluido el manuscrito ilustrado del poema épico que se envió para la imprenta de García Infançón.

De los primeros años del siglo XVIII, se constata la vinculación que Luis Antonio de Oviedo guardó con el virrey Conde de la Monclova[10]. De 1701 a 1705 el Conde de la Granja fue corregidor de Huánuco, cuando contaba ya con 65 años; tarea que pudo significarle malestares en vista de que para entonces padecía ya del mal de gota (AGN, Testamento f. 312 v.) [11]. Sin embargo, no contamos con ninguna fuente que nos confirme que dicho cargo le fue concedido por el Conde de la Monclova.

A la vista de novedosas fuentes, Rodríguez Garrido declara que el 6 de noviembre de 1700 se representó, por la celebración de los años de Carlos II, la comedia de nuestro autor Los sucesos de tres horas (2003: 192-194). Que se haya dado tal privilegio al Conde de la Granja debe ser estimado como una señal de su renovada amistad con el poder virreinal, considerando, además, que se eligió una de sus obras tempranas que circulaba impresa en Madrid desde el año de 1666.

Por otra parte, se debe atender su vinculación  con la Academia del Marqués Castell dos Rius (Riva Agüero “Sociedad y literatura limeñas en el siglo XVIII”). Para entonces, participaba de manera restringida (debido a que, como se verifica en su Testamento, padeció una fuerte gota) en las sesiones de la Academia, entre los años 1709 y1710. Riva-Agüero, al respecto, apunta que en el año de 1709 se representó en Palacio el 19 de diciembre la comedia de nuestro autor De un gran yerro un gran acierto, por los años de Felipe V (“Sociedad y literatura limeñas en el siglo XVIII” 284).

El nombre de santa Rosa no aparece en su pasado documental hasta que la menciona nuevamente en su testamento cerrado con fecha del 18 de enero de 1714: “a la bendita Santa Rosa de Santa María a quien devo mui especiales favores” (AGN, Protocolos notariales, testamento cerrado, f. 313 v.), reza una invocación que forma parte de una mayor que incluye a su patrono Santiago entre otros santos. Un año más tarde, el 15 de abril de 1715, fechó la “Dedicatoria” a su primo Pedro de la Peña, de otra de sus obras más célebres escritas en América, Poema sacro de la Passion de N.S.Jesu-Christo (1717). Dos años más tarde, el 4 de julio de 1717, Luis Antonio de Oviedo y Herrera pasó a mejor vida (Testamento 309v).

Elio Vélez Marquina
Estudios Indianos


Bibliografía

[1] Si bien el conde de la Granja proviene de un rancio linaje salmantino que estuvo en varias ocasiones ligado a  la historia de las casas reales, cabe notar que el condado le fue concedido sobre todo por su desempeño militar en las guerras de Flandes y por su labor en el corregimiento de la Villa Imperial de Potosí. Los numerosos cargos que desempeñó su padre, por ejemplo, no le granjearon título alguno que no sea el de Caballero de la Orden de Santiago. No obstante, en la reciente edición de la Historia de la conquista y población de la provincia de Venezuela de José de Oviedo y Baños, sobrino del conde de la Granja, los editores consignan importantes datos sobre el linaje de los Oviedo, que fueron extraídos de las Genealogías de Flores de Ocáriz. Se dice que los Oviedo eran originarios de la casa solariega de hijosdalgo del Portal de Oviedo, en el Principado de Asturias, de donde procedieron Gonzalo Martínez de Oviedo, maestre de la Cavallería de Alcántara y capitán general de la frontera de Jaén y Andalucía por los años de 1330. Juan de Oviedo, secretario del rey don Enrique por los de 1474, y Alonso de Oviedo, comendador de Vívoras en la orden de Calatrava en los años de 1480, y Pedro de Oviedo, cubiculario del Pontífice Julio II en los años de 1504. Son las armas de este linaje un escudo azul, cruz grande de oro, con faja azul… (437)

[2] Hay que suponer, por lo tanto, que el joven Luis Antonio de Oviedo lo haya compuesto en el año de 1654, fecha de la festividad, cuando contaba tan solo con 18 años (y no 10, como se exagera en el Diccionario de Mendiburu, 311) y se encontraba próximo a su partida hacia la derrota de Dunkerque.

[3] En las noticias consignadas por Mendiburu (310) se informa que el 28 de marzo de 1668 se verificó que, en efecto, Oviedo y Herrera se encontraba desempeñando su cargo in situ, mas no se señala la fecha de su llegada a Potosí. Sabemos que para el 29 de diciembre de 1666 había llegado a suelo americano (AGI, Pasajeros L.12 E 2040), junto con tres criados: su hermano Diego Antonio Oviedo y Herrera y Rueda, Francisco Álvarez de la Puerta y Gabriel de Orbe (Pasajeros L.12 E 2041, 2042 y 2043 respectivamente).

[4] Por ejemplo, en el capítulo XXV de la antedicha obra de Arzáns y Orsúa se describe en su mismo título la continuación de su feliz gobierno junto con noticias de índole piadosa (247).

[5] Sobre el particular, resultan de consulta indispensable los trabajos de Lohmann Villena (El conde de Lemos Virrey del Perú, 1946) y Vargas Ugarte (D. Pedro Antonio Fernández de Castro X Conde de Lemos y Virrey del Perú, 1965).

[6] En una carta del conde de Lemos dirigida a Luis Antonio de Oviedo y Herrera, el virrey expone de manera clara y tajante su punto de vista respecto de la explotación laboral de los indios que se llevaba a cabo por interés de los mineros potosinos:

Es contra ley humana y divina obligar a hombres libres a que continuadamente trabajen de dia y de noche quando han de dormir, siendo este descanso tan necessario para la vida humana, que no le negó la naturaleza a las fieras.

Apurar, y molestar a los Yndios, es tratar de acabar  estos Reynos, porque con ellos se con[s]erba, y quando no perezcan en la opression, y tirania que padezen en Potossi, se da ocasion a que juntamente desamparen sus Reduciones de que ha resultado la mayor turbacion de este Reyno, ya que muchos se retiren a tierras de infieles, que hay suficiente noticia en este Gobierno.

Es justo que los Yndios se ocupen de la lavor de las Minas, pero conviene que sea con tal temperamento que no los acabe, y destruya el trabajo.

Considerando estas razones que debo tener muy presentes, ordeno y mando al S. Dn. Luis Antonio que los Yndios de Mita trabajen de dia, y no de sean apremiados, ni violentados unos mismos a trabajar de dia, y de noche, y que si hubiese algunos que voluntariamente lo quiesieren hazer, no se les ponga embarazo . . .

Espero en Dios, y su Purissima Madre que en mi tiempo se ha de descubrir este laberinto de Potossí, que ha sido la destruccion dela mayor parte delos yndios de este Reyno; y quisiera que el S. Dn. Luis, dispusiese sus acciones de modo que sin faltar al servizio de Dios acuda con todo desvelo, y puntualidad al de su Mag.d uniendolos como cossas que tienen entre sí tanta coneccion, advirtiendo que por muchos titulos, y razones me toca atender mas al aumento delos Rs. quintos, que al Corregidor de Potossi . . . (AGI, 3 de diciembre de 1669, Lima 71, 1669, L. 2)

El laberinto de Potosí del que habla el conde de Lemos remite, sin duda, al conflicto de intereses entre los mineros y el poder virreinal que venimos aludiendo. Ciertamente, la corona española tenía mayor interés por obtener la mayor cantidad de rentas posibles, pero para conseguirlo debía permitir ejercicios como el de Oviedo y Herrera. Para mayor detalle véase el estudio de Vargas Ugarte, cuyo capítulo XV está dedicado a la relación conflictiva entre los poderes del dicho Virrey y los del  Corregidor  de Potosí (1965: 139-147) y el de Lohmann Villena, en cuyo capítulo XVI se trata el mismo tema con especial consideración de las legislaciones previas a la llegada de Oviedo y Herrera (1946: 245-277).

[7] Por su parte, Manuel de Mendiburu afirma que dicho juicio concluyó el año de 1684 (Mendiburu, tomo VIII, 310).

[8] El Diccionario de Mendiburu, una vez más, acusa imprecisiones. Ahí se afirma que dicho título le fue concedido a Oviedo y Herrera por el rey Carlos II el 20 de febrero de 1690 (Mendiburu, tomo VIII, 310). En cambio, sostiene que en el año de 1683 se cruzó como caballero de la Orden de Santiago, pues en el año de 1663 tan solo se le concedió el hábito (Mendiburu, tomo VIII, 310).

[9] Sobre la correspondencia entre el Conde de la Granja y Sor Juana Inés de la Cruz se ha escrito ampliamente. Desde los aportes heurísticos de Lohmann Villena (1990: 13-90), pasando por estudios como el de Raquel Chang-Rodríguez  -quien, siguiendo los prejuicios de Riva-Agüero, llamó al Conde de la Granja un “versador linajudo y lisonjero- (179-184) y Enrique Ballón Aguirre (87-169), llegamos al volumen publicado por José Antonio Rodríguez Garrido, La Carta Atenagórica de Sor Juana. Textos inéditos de una polémica, el mismo que si bien trata sobre documentos concernientes a la polémica en torno de la llamada Carta Atenagórica, aporta un sustentado y meditado estudio sobre las relaciones entre nuestro poeta y la Décima Musa (91-115).

[10] En su Testamento el Conde de la Granja señala, asimismo, que fue el virrey Conde de la Monclova quien recibió del Rey la documentación oficial sobre la perpetuidad de su Título de Castilla (AGN, Protocolos notariales, testamento cerrado, f. 318 r.)

[11] Ya en el Parecer que escribió sobre la fortificación de la muralla de Lima, fechado en Lima en noviembre de 1683 (cuando contaba con tan solo 43 años de edad), siendo conde, se refiere a su “dos veces postrada salud” (fol. 1v). Parece ser que, además de la gota y de su cecuciente vejez, Oviedo y Herrera no gozó de una salud favorable.