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El portero del cielo: 50 años de la canonización de san Juan Macías
28 septiembre, 2025
Un humilde portero dominico fue canonizado en 1975, 330 años después de su muerte, por el papa Pablo VI; hoy, su testimonio de oración y caridad permanece vivo en el corazón de los peruanos. Juan Macías nació en Ribera del Fresno, región de Extremadura (España), el 2 de marzo de 1585. Su familia fue de origen humilde y se dedicaba a las labores del campo. En su niñez perdió a sus padres, lo que agravó la situación de pobreza en su hogar. Se vio entonces obligado a trabajar como pastor. Mientras cuidaba el ganado, dedicaba largas horas a la oración y la contemplación, desarrolló así una profunda devoción a la Virgen María y a san Juan Evangelista, a quien consideró su gran amigo espiritual.
A los 34 años, Macías se embarcó hacia el Nuevo Mundo como criado de un mercader y, a diferencia de Toribio de Mogrovejo o Francisco Solano, viajó como laico, no como prelado ni religioso. Al desvincularse de su patrón en Cartagena de Indias, decidió continuar hasta la Ciudad de Reyes, a la que llegó en 1620. Al arribar a Lima, entró en contacto con Pedro Jiménez Menacho, acaudalado comerciante que abastecía las carnicerías de la ciudad. Juan se dedicó a cuidar de su ganado, que pastaba en un terreno donde hoy se levanta el convento de Nuestra Señora del Patrocinio, en el distrito del Rímac. En ese lugar se conserva una silla de cuero y madera como reliquia del santo. Masías trabajó dos años y medio para Jiménez Menacho, con gran responsabilidad y empeño. Sin embargo, esto no le impidió mantenerse en el camino de la oración y, finalmente, decidió ingresar como fraile en la Orden de Santo Domingo.
Ingresó como hermano lego cooperador en la Orden de Predicadores y fue recibido en el convento de Santa María Magdalena, conocido como La Recoleta, ubicado en la actual plaza Francia. En este lugar, Juan Macías tomó el hábito dominico en el año 1622. Poco tiempo después fue nombrado portero del convento, y su vida transcurrió entre el cuidado de la portería, las obras de caridad y prolongados momentos de profunda oración.
Desde la portería del convento distribuía alimentos a los pobres y hacía llegar comida a mujeres indigentes que no podían acercarse personalmente. Sus momentos de recogimiento eran intensos; rezaba el santo Rosario con devoción frente a la imagen de Nuestra Señora de Belén. Vivía en el silencio, la mortificación y la oración constante, distinguiéndose por su incansable sufragio por las almas del purgatorio. Con frecuencia acudía a comerciantes prominentes y autoridades limeñas para solicitar dádivas en favor de los más necesitados. Además, personas de distintos estamentos sociales lo buscaban para recibir orientación espiritual y consejo. Este prestigio que alcanzó en vida no fue obstáculo para practicar la humildad, semejante a la de su entrañable amigo, fray Martín de Porres.
Juan Macías falleció el 16 de setiembre de 1645, a los 60 años, con fama de santidad. A sus exequias asistieron las más altas autoridades civiles y eclesiásticas de la época, y numerosos fieles se acercaron para tocar su cuerpo y llevarse un trazo de su hábito como reliquia. Sus restos fueron inicialmente sepultados en el convento de La Recoleta, pero posteriormente trasladados a la iglesia de Santo Domingo. Fue beatificado el 22 de octubre de 1837 por el papa Gregorio XVI. José de la Riva Agüero y Osma lo describió como “uno de los más puros místicos de nuestro siglo XVII”.
El 23 de enero de 1949, en la ciudad de Olivenza, España, se produjo un hecho extraordinario atribuido a la intercesión de fray Juan Macías. En un humilde orfanato, donde la comida escaseaba gravemente, una mujer llamada Leandra Rebollo Vásquez arrojó un puñado de arroz en una gran cacerola e invocó con fe la ayuda del beato. De manera milagrosa, el arroz comenzó a multiplicarse y permitió alimentar a centenares de personas. Este acontecimiento fue reconocido oficialmente por la Iglesia, y el 20 de julio de 1960, el papa Juan XXIII autorizó la apertura de su causa de canonización.
Finalmente, llegó el gran día. El 28 de setiembre de 1975, a las 9:30 de la mañana, españoles y peruanos presenciaron con profundo fervor la canonización del beato Juan Macías, celebrada en la Basílica de San Pedro por el papa Pablo VI. La delegación peruana estuvo encabezada por el cardenal Juan Landázuri Ricketts, y también asistieron representantes de la Marina de Guerra del Perú, oficiales y tripulantes del Buque Escuela BAP Independencia. España estuvo representada por el arzobispo de Madrid, Vicente Enrique y Tarancón, junto a otros prelados. Concelebraron la ceremonia once obispos españoles y peruanos.
Según informó un diario local, aproximadamente cincuenta mil fieles asistieron a la solemne misa de canonización. Cuatro embajadores representaron al Perú: la Santa Sede, Italia, Yugoslavia y la UNESCO, además de un agregado Naval. Durante la presentación de las ofrendas, mujeres de Extremadura llevaron el pan, y dos oficiales peruanos ofrecieron el vino. Asimismo, dos frailes dominicos entregaron palomas y cirios, y dos campesinas arequipeñas presentaron un ramo de flores ante el altar. Leandra Rebollo Vásquez, a quien se le concedió el milagro de la multiplicación del arroz, también estuvo presente en Roma.
En Lima, los festejos por la canonización de Juan Macías comenzaron el 5 de junio con la solemne ceremonia de verificación de sus restos mortales, ubicados en el convento de Santo Domingo. El 28 de setiembre, diversas delegaciones se congregaron en la plazuela de Santo Domingo alrededor de las 11 de la mañana. Al mediodía, las campanas repicaron con júbilo en honor al nuevo santo peruano: un dominico que se sumaba al culto de santa Rosa de Lima y san Martín de Porres.
En la capital, los actos litúrgicos fueron presididos por los obispos auxiliares de Lima, junto con los superiores de todas las comunidades religiosas, en torno a los restos mortales del recién canonizado. Miles de fieles católicos participaron en la celebración, colmando la Basílica de Santo Domingo y sus alrededores. Las festividades en honor a san Juan Macías se prolongaron hasta el 15 de noviembre, fecha en la que el cardenal Juan Landázuri regresó a Lima trayendo consigo la Bula Papal que declaraba oficialmente su elevación a los altares.
San Juan Macías es reconocido como abogado de las almas del purgatorio, amigo de los niños huérfanos, protector de los emigrantes, patrón de los pastores y padre de los pobres. Sus devotos lo recuerdan por su admirable testimonio de humildad, servicio y profunda vida espiritual, siempre con el rosario en las manos y su canasta colmada de pan para los pobres.
Ivonne Macazana Galdos
Historiadora e investigadora de Estudios Indianos
*Imagen tomada por la autora en la iglesia del convento de Santo Domingo.