Mateo Alemán nació en Sevilla en 1547 dentro de una familia de origen converso. Cursó estudios en la llamada Universidad de Maese Rodrigo, donde obtuvo el grado de bachiller en Artes y Teología. Tras ello se marchó a Alcalá a proseguir estudios de medicina, pero no los concluyó. En adelante, se dedica a actividades mercantiles (tenía inclinación hacia los números y las finanzas), las cuales alterna con su oficio como «contador” de la Corona y la creación literaria. Ha pasado al canon del Siglo de Oro español por su magistral novela Guzmán de Alfarache, publicada en dos partes (1599 y 1604), aunque también tradujo dos odas de Horacio, compuso una hagiografía de relativo éxito editorial (San Antonio de Padua, 1604), un tratado donde proponía reformar la ortografía (Ortografía castellana, 1609) y una relación fúnebre, los Sucesos de don fray García Guerra, arzobispo de México (1613). Su obra narrativa más ambiciosa, el Guzmán de Alfarache, es gestada y aparece casi en paralelo con Don Quijote de la Mancha (1605 y 1615) de Miguel de Cervantes. Por este motivo, ambos textos siempre han sido estudiados como fenómenos contemporáneos que, cada cual según su propia poética, sientan las bases de la novela moderna[1]. Tal como Cervantes, Mateo Alemán había experimentado la precariedad de los oficios que podía conseguir de la Corona, aunque no dejara de sentir orgullo de presentarse en las portadas de sus libros como “criado de Su Majestad”. Esta inseguridad económica y su ánimo de humanista inquieto, lo llevaron a buscar, a toda costa, la oportunidad de ir a las Indias. Si Cervantes había presentado una solicitud, que fue rechazada, para un puesto en América en 1582, Alemán tuvo mejor fortuna: el mismo año que Cervantes, el sevillano recibe respuesta positiva a su pedido (contaba con treinta y cinco años entonces, igual que el alcalaíno) de pasar al Perú como mercader, aunque no prosiguió aquella empresa, por motivos que no se conocen. Lo que sí se sabe es que, un año más tarde, entra a servir a la Corona como juez de comisión para la Contaduría Mayor de Cuentas en provincias. Será funcionario real, ejerciendo de contador y juez visitador, por muchos años, a la par que va gestando su Guzmán de Alfarache.
Los años posteriores a la publicación de la segunda parte del Guzmán (1604) son de gestiones comerciales que no producen la estabilidad económica deseada. En 1607 retoma su proyecto americano, cuando ya es un autor de éxito y prácticamente anciano para su época (60 años): en su petición para pasar a México, manifiesta que tiene allá un primo hermano rico en las minas de San Luis, quien le ha hecho llamar para que lo ayude en el negocio. Los documentos conservados en torno a este trámite hacen pensar en dificultades, seguramente asociadas a la condición conversa de Alemán, que fueron allanadas por lo que a todas luces es un acto de corrupción. Ese mismo año, meses previos a la autorización de su viaje y en lapso de días, Mateo Alemán obsequia la casa que tiene en Madrid a Pedro de Ledesma, secretario en el Consejo de Indias, además de transferirle a este mismo el poder de imprimir y vender la segunda parte del Guzmán de Alfarache y su hagiografía San Antonio de Padua por el tiempo que queda de los diez años de privilegio que el sevillano poseía (lo más parecido a transferir un copyright en tiempos actuales). El cohecho queda evidente cuando, dos meses después de estas generosas donaciones, se le extiende el permiso para viajar a México: en el documento ya no se habla de un primo hermano, sino de un tío y el segundo apellido de Mateo Alemán aparece como “Ayala”, cuando se sabe por otras fuentes documentales que era “Enero” o “De Nero” (apellidos que, en la Sevilla de la época, era asociados con conversos). Alemán solo puede viajar el año siguiente, 1608, con dos de sus hijos, una sobrina y con su amante, Francisca Calderón, de veinticuatro años, a la que hizo pasar como hija suya en los documentos de embarque.
Con la vocación de mercader, aunada a la de hombre de letras, que había desarrollado en la península, Alemán se incorpora a la sociedad criolla de la mano de don fray García Guerra, recién nombrado arzobispo de México, a quien conoce en el barco que lo trae a América y que se vuelve su protector. Otro de sus parientes residentes en ciudad de México, su primo hermano el catedrático Alonso Alemán, había fallecido en 1605 (quizás Mateo no lo sabía cuando se embarcó), por lo que ya no contaba con este contacto. Con todo, en 1610 aparece el sevillano como contador de la Universidad de México y en un documento de alquiler; un año antes había publicado la Ortografía castellana. En 1613 aparece su última obra conocida, los Sucesos de don fray García Guerra, en cuya portada se presenta como “el contador Mateo Alemán”. Hasta muy recientemente, se consideraba veraz el dato de J. T. Medina (La imprenta en México) que daba a Alemán como vivo en Chalco en 1615 y a partir de ello se asumía que habría fallecido al año siguiente (haciendo coincidir su muerte con la de Cervantes). Ahora, gracias a J. Cartaya Baños (2011), sabemos que Mateo Alemán falleció en 1614 y que lo hizo casi en la indigencia, ya que en un documento sevillano de 1619 se recoge la información, enviada por otro primo del escritor, Jerónimo Alemán de Figueroa, también residente en México, que el autor del Guzmán había muerto en absoluta pobreza, por lo que hubo que acudir a la caridad para poder enterrarlo.
El período americano, que también podríamos considerar de senectute, de Mateo Alemán está marcado por la variedad textual; sin embargo, el estilo de zeugmas y calambures del sevillano, tan celebrado por Baltasar Gracián en la Agudeza y arte de ingenio, sigue intacto en sus páginas escritas en México. El conjunto se compone de un texto preliminar, un “elogio” a la Vida de San Ignacio de Luis de Belmonte Bermúdez (1610) y dos obras ambiciosas, aunque muy distintas la una de la otra: La Ortografía castellana (1609) y los Sucesos de don fray García Guerra (1613). La primera de estas es un ensayo que pone de manifiesto el afán reformador de Alemán en el plano lingüístico: aboga por una escritura que refleje la fonética y proponer desterrar tanto el descuido que imperaba en la época como el criterio latinizante que tampoco le resultaba convincente por arcaico. Una muestra de la modernidad de la perspectiva alemaniana en torno a la ortografía es que algunas de sus sugerencias fueron abrazadas y ahora son regla general (como la sustitución de “ph” por “f”, pero no la de la “rr” por otro signo para la vibrante múltiple). En verdad, la Ortografía castellana es algo más que un ensayo sobre las letras, ya que también puede leerse como un libro de memorias, en que Alemán reflexiona sobre la educación recibida en medio de episodios de su aprendizaje literario, por lo que debió ser uno de sus libros más queridos (Ramírez Santacruz, 2014). Por último, los Sucesos de Fray García Guerra configura un texto de corte elegíaco en torno a su protector, cuyo malestar repentino acarrea una agonía tan lenta como dolorosa. Los Sucesos se cierran con la Oración fúnebre, un planto en la tradición de las Coplas a la muerte de su padre de Jorge Manrique o el discurso de Pleberio al final de La Celestina. El sevillano, gracias a su talento literario, hace de un texto de circunstancias (del tipo que abunda en las letras coloniales) un testimonio de afecto sincero, de profundas reverberaciones bíblicas y honda inspiración ascética. Los Sucesos y su colofón, la Oración fúnebre, suponen el testamento literario de Mateo Alemán, en la medida en que nos brindan su visión de la muerte en fechas próximas a su propia desaparición física. La Ortografía castellana y los Sucesos (incluyendo la Oración fúnebre) han sido recientemente editados, con sumo cuidado y solvencia, por F. Ramírez Santacruz como parte de la Obra varia de Mateo Alemán. A este volumen, que incluye estudios, cronología y ricos apéndices bibliográficos, remitimos al curioso lector que quiera indagar más en torno a la aún evanescente figura del “divino sevillano”.
Fernando Rodríguez Mansilla
Hobart and William Smith Colleges (Geneva, New York)
Bibliografía
Alemán, M., Obra varia (Escritos menores, Regla de la cofradía, Informe secreto, Ortografía castellana y Sucesos de Don Fray García Guerra), dir. P. Piñero Ramírez y K. Niemeyer, Madrid- Frankfurt am Main, Iberoamericana- Vervuert, 2014.
Cartaya Baños, J., “‘Que se avia pedido limosna para enterrallo’: una información definitiva sobre la muerte de Mateo Alemán”, Archivo Hispalense, 94, 2011, pp. 263-281.
Leonard, I., “Mateo Alemán in Mexico: A Document”, Hispanic Review, 17, 1949, pp. 316-330.
Navarro Tomás, T., “La ortografía de Mateo Alemán”, en Ortografía castellana, ed. J. Rojas Garcidueñas, México D.F., El Colegio de México, 1950, pp. XIII-XXXIX.
Ramírez Santacruz, F., “Autobiografismo en Mateo Alemán: apuntes sobre su obra filológica del ciclo novohispano”, Hipogrifo. Revista de literatura y cultura del Siglo de Oro, 2, 2014, pp. 143-153.
[1] Es tentador hablar de una rivalidad entre Alemán y Cervantes, ya que ambos compitieron con proyectos narrativos que aspiraban a erigirse como verdaderas “épicas en prosa”, intentando ocupar un lugar que aún estaba vacío en el campo literario aurisecular: el de novelista. Lo cierto es que no hay testimonio de rivalidad personal (aunque la literaria sí es patente). En todo caso, conviene mencionar, como dato curioso, que en su viaje transatlántico Mateo Alemán traía para sus ratos de ocio un ejemplar de Don Quijote. Ha quedado testimonio de ello porque los comisarios de la Inquisición, al inspeccionar el barco y a los pasajeros, confiscaron el libro. Este fue devuelto posteriormente a Alemán por intercesión de Fray García Guerra, quien ya se mostraba, desde tan temprano, como su valedor.