El azogue, conocido hoy en día como mercurio, es un elemento químico muy peligroso debido a su alta toxicidad. Su uso se remonta a la antigüedad en diversas culturas tanto americanas como europeas. Las civilizaciones prehispánicas empleaban el llimpi (o polvo de cinabrio, una variación del mercurio) como pigmento natural, el cual se obtenía mediante la técnica de fundición en las huayras. Sin embargo, la llegada de la colonización trajo consigo el método de amalgamación, que, tras ser adaptado a las condiciones climáticas de la región, aumentó la eficacia del proceso. No obstante, la creciente demanda de metales preciosos dejó a las principales minas con poca cantidad de recursos. Por ello, se hizo necesario encontrar minas de mercurio que permitieran sostener el proceso de amalgamación y así incrementar la producción de los minerales de baja ley.

En el Perú, las principales fuentes de azogue se encontraban en las minas de Huancavelica. Su producción servía para satisfacer la demanda sin tener que recurrir a la importación desde México y España. Hasta entonces, el comercio del mercurio no estaba muy regulado, por lo que las autoridades virreinales decidieron establecer un monopolio para obtener beneficios directos de su extracción, lo que provocó conflictos entre los mineros y los virreyes. Los mineros vivían del sustento diario proveniente de su trabajo en las minas y sentían cierta propiedad sobre ellas, algo que se veía vulnerado por la apropiación de las autoridades.

El 14 de noviembre de 1571, el Consejo de Indias dictaminó un fallo a favor de la Corona, declarando que los mineros podían seguir sustrayendo el azogue de las minas, con la condición de que la totalidad del producto debía ser vendido exclusivamente al Estado. Con la ley a su favor, el virrey Toledo mandó al funcionario Gabriel Loarte a expropiar las 43 minas de Huancavelica (junto con la maquinaria empleada) y declararlas patrimonio del Estado. Además, se establecieron los llamados asientos, un tipo de contrato con los grupos de mineros para definir los deberes de cada parte respecto a la explotación del azogue. A pesar de ello, hubo bastantes conflictos. La Corona podía defender los derechos de los mineros, pero al mismo tiempo los explotaba, por lo que ellos se organizaron en gremios para tener una voz en común al defenderse de los abusos. Entre las voces más destacables se encontraban Pedro de Contreras, Rodrigo de Torres Navarra y Juan de Sotomayor, este último fue un minero con una posición social relevante.

Las minas de Huancavelica tenían vital importancia porque cubrían la demanda de azogue de otros territorios coloniales en América, ya que importar el mercurio desde las minas de Almadén, en España, era muy caro. Sin embargo, hacía falta mucha regulación en el comercio del mercurio. La propia codicia de los gobernadores era un problema, ya que fomentaba métodos de explotación que acababan por dañar la estructura de la mina y la hacían propensa a derrumbes. Los representantes del gremio de mineros, debido a su conocimiento de las minas, se encargaban de solicitar herramientas y personal según lo que se requiriera para obtener mayor productividad.

No obstante, en 1608 el virrey Juan de Mendoza y Luna, marqués de Montesclaros, expropió a los mineros la autoridad sobre las minas. Anteriormente, este ya había tenido varios roces con ellos en lo que respecta a la administración del precio del mercurio y la distribución de los indios mitayos, pero esta nueva decisión acabó por perjudicar tanto a los mineros como a las minas. Montesclaros no solo omitió compensar a los mineros más antiguos por su trabajo, sino que contrató a personas nuevas y sin experiencia para extraer el azogue. Sin embargo, estos trabajadores no tenían conocimiento del proceso y solo buscaban el mayor beneficio, lo que provocó una irresponsable explotación de la mina y un descenso en la productividad.

A pesar del perjuicio a los mineros, la Corona optó por cerrar las minas de Huancavelica y adquirir el azogue por importación desde Almadén. Finalmente, la invasión francesa a España en 1808 paralizó la extracción del mineral, por ello, las minas de Huancavelica volvieron a abrirse. Esta no fue la solución adecuada, pues durante los últimos años, los intentos de reactivar la mina habían resultado costosos tanto para el gobierno como para los gremios de mineros. Además, el despertar de la conciencia criolla impedía ver con buenos ojos el uso de herramientas españolas que no se adaptaban a las condiciones climáticas de los andes.

Laura Aimy Inga Cuya
Universidad Nacional Mayor de San Marcos


Bibliografía

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Fernández Alonso, Serena. (200) Los mecenas de la plata: el respaldo de los virreyes a la actividad minera colonial en las primeras décadas del siglo XVIII. El gobierno del marqués de casa concha en Huancavelica (1723-1726) Revista de Indias Volumen 40. N°219 (pp. 345-371) Instituto de historia. CSIC.

Fuentes Bajo, Maria Dolores (1986) El azogue en las postrimerías del Perú Colonial. Revista de Indias, volumen 46 N°177 (pp. 75-105) Distribución de publicaciones del C.S.I.C.