La Relación de la descendencia de Garci Pérez de Vargas es un manuscrito que permite observar de cerca el proceso de redacción de las obras del Inca Garcilaso de la Vega, ya que compone un borrador hecho de fragmentos, motivos narrativos recurrentes y digresiones autobiográficas, que el autor iría entresacando e incluyendo, según lo requiriera y previa revisión, en sus obras de mayor envergadura. Este texto, básicamente, consiste en el relato genealógico, que encierra un panegírico, a su pariente lejano, Garci Pérez de Vargas, cuyo antepasado homónimo a su vez fue un guerrero notable, brazo derecho del rey San Fernando en la conquista de Sevilla a fines del siglo XIII. Según observa Chang-Rodríguez, se trata de un género textual, practicado con fines propagandísticos y nobiliarios, que estaba de moda en la época en que el Inca Garcilaso empieza su carrera en las letras (59-60). Como borrador o texto crudo, Garcilaso se extiende a hablar de diversas ramas de la familia e introducir anécdotas de sus personajes más notables, siempre a propósito de la descripción del árbol de descendientes del medieval Garci Pérez. Con ello buscaba, como fin primario, ganarse el favor de aquel pariente cuya prosapia viene a elogiar. Lamentablemente, no tenemos mayor información sobre el impacto real –si lo tuvo- de la Descendencia, ni siquiera si llegó a manos de su destinatario.
Entre esas anécdotas o digresiones narrativas, Garcilaso menciona, con fines eutrapélicos, el asesinato del rey don Pedro a manos de su hermano Enrique, gracias a la ayuda del traidor caballero francés Beltrán Caclín (Bernard du Guesclin), un episodio de la primera guerra civil castellana en la segunda mitad del XIV. Nuestra hipótesis es que esta digresión opera como una imagen que intenta desplazar otra imagen, traumática para el Inca, la de la supuesta traición cometida por su padre, el conquistador Garcilaso, durante las guerras civiles del Perú. Como se sabe, este episodio paterno resultó funesto para las ambiciones del Inca Garcilaso, quien se vio frustrado en sus intenciones de adquirir mercedes reales porque las crónicas de la conquista del Perú mencionaban este hecho acusando a su padre de traidor al rey. El relato caballeresco evocado por el Inca se resignifica y configura un modelo de conducta noble para paliar así la conducta paterna.
Pese a su condición de borrador, existe consenso respecto del sentido final que se desprende de la Relación de la descendencia de Garci Pérez de Vargas. Este manuscrito es “redactado para establecer relación con sus antepasados, o, tal vez, […] para darse cuenta de quién era y hacer valer lo que era, dentro de los criterios hispánicos de entonces” (Hernández 143). En otras palabras, un texto a través del cual Garcilaso se religa con su parentela española, proclamando un linaje noble del que él mismo formaba parte (Varner 316). El objetivo práctico de la Relación de la descendencia, cuya última página está fechada en 1596, era formar parte de la dedicatoria de la Florida del Inca, libro dedicado a narrar la fracasada expedición de Hernando Soto a aquellas tierras inicialmente exploradas por Ponce de León y luego Pánfilo de Narváez. Sin embargo, cuando el libro apareció impreso en Lisboa, nueve años después, Garcilaso la dedicó al duque Teodosio de Braganza. Una de las hipótesis que se barajan en torno a este cambio de decisión es que el mestizo quería mostrar gratitud a Portugal, donde finalmente pudo publicar la Florida del Inca, luego de gestiones infructuosas e interminables en Madrid (Guibovich). Por otro lado, puede pensarse que su pariente Garci Pérez de Vargas, el receptor del texto, no habría simpatizado con el Inca o no le habría brindado la atención que el autor esperaba, tal vez debido a la fama de su padre como traidor y sedicioso colaborador de los Pizarro (Varner 319).
Dadas las graves consecuencias que los actos paternos tuvieron en su vida, es comprensible que una de las pulsiones de la escritura de Garcilaso sea restituir la honra paterna, manchada por la supuesta traición. (…) Por ello, buena parte de su obra se ocupa de reivindicar a Garcilaso, su padre, y, por extensión, a sus compañeros de armas, protagonistas de empresas de conquista americanas que, como ocurre con los veteranos de la hueste de la Florida, han caído en el olvido. Seguramente con un afán de remediar este trauma, o al menos paliarlo, el Inca está obsesionado con la lealtad, con la ejemplar caballería, con el honor. Son bienes supremos que busca alcanzar incesantemente, con la espada o con la pluma. Para el mestizo, el honor caballeresco representa el bienestar, por lo cual lo celebra y propone como ideal de vida en su escritura. Y estas reiteraciones en sus textos y su conducta no hacen más que contrarrestar la misma repetición de la escena traumática del padre traidor, que le obsesiona y no puede abandonar del todo.
Por todo ello no debiera sorprendernos que, en tanto borrador, la Relación de la descendencia de Garci Pérez de Vargas presente, en su brevedad y tendencia a la dispersión, materiales como anécdotas y poemas que se orientan a exaltar la ejemplaridad de una conducta honorable, digna de imitar por un caballero. En la semblanza del medieval Garci Pérez, cabeza de la familia, se resalta su condición noble a través de su doble misión de caballero, consistente en el “servicio de su rey” y el “aumento de la santa fe católica” (231). De Garci Pérez también se exalta una virtud en particular, consistente en saber guardar silencio frente a las infamias que pueden haber ocurrido a su alrededor. La discreción de Garci Pérez para no deshonrar a otro caballero debe ser un código de conducta: el sigilum es la “mayor de sus hazañas” (232). De hecho, pareciera tratarse de una “ley del silencio” (aquella de guardar silencio ante actos poco honorables de los camaradas), incluso entre los soldados honrados de la época de la conquista. Así, Bernal Díaz del Castillo, en el capítulo LXIX de la Historia verdadera de la Conquista de la Nueva España, prefiere omitir los nombres de quienes le proponían a Cortés volver a Cuba y renunciar a la empresa de conquista, señalando que “juntáronse hasta siete dellos, que aquí no quiero nombrar por su honor” (Díaz del Castillo 139). Es probable que el Inca Garcilaso conociera dicha “ley del silencio” de primera mano, como hijo de soldado y soldado él mismo.