Los jesuitas llegaron al territorio peruano en el último cuarto del siglo XVI. No tenían una idea clara de lo que implicaría efectuar una misión en el corazón de una cultura no occidental, pero durante todo el tiempo que estuvieron, hasta su expulsión, consideraron como su misión primordial la atención a los pueblos originarios.
Antes de que los jesuitas llegaran al Perú, había un conflicto sobre la naturaleza de su misión. En Europa, los jesuitas habían fundado muchos colegios y su alcance era amplio, pero esto dejaba de lado la cuestión de su movilidad, que era la doctrina original de la Compañía. Una oportunidad para retomar el desplazamiento y continuar con el ideario de San Ignacio fue explorar más allá del territorio europeo. Las nuevas generaciones fueron seducidas por esta aventura.
José de Acosta sostenía que los jesuitas debían poner toda su atención y esfuerzo en procurar el bien de los indígenas, y consideraba esta labor como esencial y prioritaria. Además, Acosta diferenciaba entre los párrocos, encargados de atender de manera estable a las poblaciones, y los misioneros móviles, comparándolos con la “caballería ligera”, que debía actuar rápidamente en situaciones de peligro para ayudar a los indígenas como una labor primordial y fundamental.
La misión de los jesuitas también se dirigió a los esclavos negros, quienes adquirieron rápidamente importancia en la economía peruana, no solo en las grandes ciudades y haciendas costeras, sino también en los valles andinos. La instrucción religiosa desempeñó un papel fundamental en la integración de los esclavos negros en la sociedad colonial peruana durante el siglo XVII. Fue considerada el mejor medio de integración, tanto para los españoles como para los indígenas. Los jesuitas se dedicaron a la evangelización y adoctrinamiento de los esclavos negros, pues eran conscientes de que habían sido abandonados por otros sectores de la sociedad.
Durante los siglos XVI y XVII, en el Perú, los mestizos jugaron un papel destacado en la Compañía de Jesús, especialmente en la evangelización de los indígenas en zonas de contacto. A pesar de la discriminación y los prejuicios hacia los mestizos por parte de los jesuitas europeos, estos buscaron igualdad en roles eclesiásticos y administrativos.
El criollismo y la identidad en la Compañía de Jesús en Perú durante los siglos XVI y XVII se vieron influidos por tensiones y conflictos por el poder dentro de la Orden. Criollos, mestizos y europeos se disputaban los roles eclesiásticos y administrativos.
Al final, los mestizos en la Compañía de Jesús en Perú fueron desplazados por europeos y criollos en posiciones de poder dentro de la Orden. A pesar de su contribución inicial a la evangelización de los indígenas, enfrentaron discriminación y exclusiones que limitaron su acceso a roles eclesiásticos y administrativos relevantes. Los mestizos perdieron influencia y protagonismo a medida que los criollos y los europeos ganaron poder en la Orden Jesuita en Perú.
En 1767, el rey Carlos III ordenó la expulsión de los jesuitas de todo el territorio español. El número total de jesuitas en Hispanoamérica fue alrededor de 2,600. El rey Carlos III no dio un motivo específico para la expulsión en su decreto. Sin embargo, la decisión de expulsar a los jesuitas en 1767 fue similar a las acciones tomadas por los reyes de Portugal y Francia, que también habían expulsado a los jesuitas de sus dominios. Los oficiales reales en todos los territorios españoles de América iniciaron el proceso de arresto de los jesuitas el 25 de junio de 1767.
Al momento de su expulsión, los jesuitas tenían una red de instituciones en Perú que incluía el Colegio Máximo de San Pedro en Lima, centro administrativo de la Provincia del Perú, así como 19 colegios en diferentes centros urbanos, dos residencias, el noviciado de San Antonio Abad y una casa de ejercicios en Lima.
Los estudios han esbozado la variedad de operaciones generadoras de ingresos en América del Sur realizadas por los jesuitas. Estas incluían propiedades rurales como haciendas azucareras en el Perú, fábricas textiles en ciudades como Quito y ranchos en Argentina para la cría de mulas. Estas actividades económicas contribuyeron significativamente a financiar las actividades urbanas y misioneras de los jesuitas en la región.
Los jesuitas administraban las misiones de Moxos en la Provincia del Perú. Estas misiones estaban organizadas en cinco grupos de congregaciones, donde los jesuitas establecieron nuevas comunidades misioneras y reasentaron a los pueblos indígenas, impusieron normas culturales europeas como vivir en viviendas de estilo europeo, adoptar una vida familiar monógama y sedentaria.
Los jesuitas jugaron un papel importante en la educación de la élite urbana y en la vida espiritual de las ciudades. Las normas culturales europeas impuestas por los jesuitas en las poblaciones indígenas de las misiones tuvieron un impacto significativo. Los indígenas debieron adoptar una vida familiar monógama, relaciones sexuales sólo dentro del matrimonio y un estilo de vida sedentario. Además, se les asignaron parcelas de subsistencia para la agricultura y contribuyeron con mano de obra para la economía de la misión, lo que transformó su forma de vida tradicionalmente nómada.
Eva Luz Huarancca Sánchez
Universidad Nacional Mayor de San Marcos
Bibliografía
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