Recreación tridimensional en el Centro Regional de Cultura Sor Juana Inés de la Cruz, en Nepantla, municipio de Tepetlixpa
Una idea bastante extendida es la escasa preparación intelectual de la mujer durante el virreinato[1]. Sin embargo, contra lo que muchos afirman, desde los primeros tiempos de la colonia existieron centros para la enseñanza de jóvenes y niñas. Esto ocurrió, probablemente, porque se trasladó a las colonias el proceso de crecimiento que tuvo la educación femenina durante el siglo XVI gracias a las teorías humanistas. Estas aseguraban que la alfabetización era un elemento básico para el funcionamiento de la sociedad moderna[2] y que la mujer no podía estar fuera de esta corriente. Luis Martín[3] afirma respecto de este tema:
Un testimonio de la importancia que se concedía a la educación femenina lo proporciona el dato de que, a mediados del siglo XVII, sólo en Lima había cuatro o cinco colegios de monjas para chicas, además de media docena de instituciones fundadas por benefactores particulares para la educación de huérfanas, mestizas y niñas españolas. Entre estas instituciones se encontraban la escuela Nuestra Señora del Monte del Carmelo, la escuela San Juan de la Penitencia, el colegio de Santa Cruz, una escuela de chicas vinculada al hospital de la Caridad, y otra, a la iglesia de la misión jesuita del Cercado. Los conventos de Lima que aceptaban alumnas eran el convento de La Concepción, fundado en 1561 por doña Leonor de Portocarrero, el convento de La Encarnación, creado en 1573 por doña Inés Muñoz de Ribera, el convento de la Santísima Trinidad, que estableció en 1584 doña Lucrecia de Sansoles, y el convento de monjas de Santa Catalina, fundado en 1624 por las nobles hermanas doña Lucía y doña Clara de la Daga. Estas escuelas de monjas, que ofrecían una elevada instrucción, parece que estaban reservadas para las hijas de las familias destacadas y prominentes, mientras que las niñas españolas pobres eran educadas en las instituciones privadas mencionadas.
El mismo Martín asegura que, en un principio, para aceptar a una mujer en las escuelas de los conventos se requería una licencia papal; sin embargo, fueron tantas las licencias solicitadas al Papa que, en las primeras décadas del siglo XVII, las jóvenes o niñas podían entrar sólo con el consentimiento del Obispo y el cabildo del convento se reunía para aceptar o rechazar la incorporación de una candidata a las escuelas dependientes del convento.
La educación de las mujeres en esos lugares era costosa y exigía que las jóvenes aceptaran un nuevo régimen de vida durante los años que duraba su educación (en general, seis o siete años). Los temas en los que preparaban a las jóvenes respondían a los ideales de la sociedad colonial; es decir, se enfatizaba en la religión y en el manejo de una casa. Ahora bien, esto no significaba que se dejara de lado la cultura general, pues recibían lecciones de lectura, escritura, aritmética y, en muchos casos, también se impartía un latín básico, especialmente para que siguieran el rito de la iglesia. Asimismo, recibían clases canto e instrumentos musicales. Por otro lado, es importante destacar que en los conventos se servían de las representaciones teatrales como instrumento de educación humanística y también se desarrolló el teatro de entretenimiento[4].
Un caso especial descrito por Luis Martín es el de la escuela de Nuestra Señora del Monte del Carmelo que llegó a ser una de las más importantes del virreinato. Esta trascendencia se debió a la impronta de su fundadora, Catalina María Doria Pérez de Silva, quien fue una dama que recibió una refinadísima preparación en Italia, su país natal. Ella fue educada en la escuela fundada por el Cardenal Borromeo y precisamente por su esmerada educación fue elegida como dama de honor de doña Brianda de Guzmán, esposa del gobernador español en Milán. Catalina María se trasladó con su señora a España y allí se casó con Domingo Pérez de Silva a quien acompañó al Perú.
Doña Catalina María Pérez de Silva fundó en Lima, a inicios del siglo XVII, una de las escuelas más prestigiosas del virreinato peruano a donde acudían niñas no sólo de Lima, sino de muchas provincias del virreinato. Luis Martín asegura que las latinistas femeninas que existieron en el siglo XVII en el Perú fueron discípulas de Catalina María[5].
Otra idea errónea extendida respecto de las mujeres durante el periodo colonial es el sometimiento de las monjas a sus confesores y de las mujeres casadas a sus maridos. En realidad, las monjas, especialmente las de «velo negro», constituían una aristocracia cerrada y tuvieron el nivel de educación más alto dentro del universo femenino en el Perú, gran poder económico y una participación democrática sin precedentes. Luis Martín ahonda en el tema y afirma que de acuerdo con sus investigaciones:
Sería difícil encontrar un grupo en el que la libertad social fuera tan visible como lo era entre las mujeres españolas que vivían en las ciudades coloniales. Las tempranas soldaderas, las mujeres políticamente activas en la época de la guerra civil, las mujeres empresarias, las encomenderas, las concubinas, las divorciadas, las monjas de los conventos grandes y las tapadas parecen haber disfrutado de un libertad interna que floreció a pesar de los esfuerzos de la Iglesia y del Estado por controlar su vida. Durante más de dos siglos, la tapada fue una luchadora de la independencia y la libertad personales, y ni los clérigos ni funcionarios reales consiguieron someterla. La monja colonial logró institucionalizar su libertad, tanto si era consciente de ello como si no, creando los peruanos conventos grandes. Las mujeres del Perú hispánico desafiaron los modelos preconcebidos de vida de las mujeres ibéricas tradicionales y su triunfo se debió en gran medida a su independencia económica que hizo posible la riqueza del Perú.
No cabe duda de que estas mujeres estaban arraigadas en la tradición cultural ibérica. Vivían en una sociedad altamente institucionalizada en lo político y lo religioso. Pero las increíbles riquezas del Perú crearon un clima social de libertad que hizo posible a muchas mujeres afirmarse a sí mismas con un coraje y una intensidad desconocidos en España. Ya en las primeras décadas del siglo XVII, las mujeres del Perú hispánico eran más peruanas y americanas que españolas[6].
Estas ideas de Martín echan por tierra el prejuicio de la falta de educación de las mujeres durante la colonia y el sometimiento de la mujer al orden político y religioso, pues desde los primeros tiempos del período colonial la educación de la mujer estuvo atendida, sea en forma particular o institucional y gracias a su independencia económica consiguió desafiar los paradigmas de su época. Entonces, sí es posible que existieran por lo menos “tres damas, que dieron en la poesía heroicas muestras”[7] y que la Epístola no sea un caso de superchería literaria, sino una obra escrita por una escritora mujer, peruana y monja.
Adaptado de Epístola de Amarilis a Belardo, estudio edición y notas de Martina Vinatea Recoba, Madrid,Universidad de Navarra/Iberoamericana/Vervuert, 2009
[1] Palma, Tradiciones peruanas completas, Madrid, Aguilar, 1961, pp. 258-259, afirma: «La educación de la mujer, en el siglo XVII, era tan desatendida que ni en la capital del virreinato abundaban las damas que hubiesen aprendido a leer correctamente, y aun a estas no se las consentía más lectura que la del Año cristiano u otros ejercicios devotos». Perilli, C., «Los enigmas de una dama y la fundación de la crítica latinoamericana: el Discurso en loor de la poesía», Etiópicas, 1, 2004-2005, p. 136, afirma: «Se puede aceptar una santa: Santa Rosa de Lima, pero no una poetisa. Lo que ratifica el planteamiento de Jean Franco cuando asevera la separación de universos simbólicos en la colonia. La exclusión de la mujer de la autoridad y de la libertad de actuación en el espacio público la empuja a la vida mística donde es controlada por el confesor».
[2] Baranda Leturio, N. Cortejo a lo prohibido. Lectoras y escritoras en la España moderna, Madrid, Arco libros, 2005, pp. 66 y 67.
[3] Martín, L., Las hijas de los conquistadores, Madrid, Ed. Casiopea, 2000, pp. 78-79.
[4] Tanto es así que un obispo se escandalizó al saber que las muchachas y las monjas se vestían de hombres en el escenario y que para ensayar contrataban a actores profesionales. Martín, 2000, p. 84.
[5] Luis Martín, 2000, p. 93. Carrasco, R., «La mujer en la jerarquía sagrada», La mujer en la historia del Perú, C. Meza y T. Hampe, compiladores, Lima, Fondo editorial del Congreso del Perú, 2007, consigna el apellido del marido de Catalina María Doria como Gómez de Silva, p. 323.
[6] Martín, 2000, p. 334.
[7] Clarinda, Discurso en loor de la poesía, [1608], Edición de Antonio Cornejo Polar, Lima, Universidad Nacional Mayor de San Marcos, 1964 y reedición de Latinoamericana editores, 2000, paráfrasis de los vv. 458-459.
Bibliografía
[1] Palma, Tradiciones peruanas completas, Madrid, Aguilar, 1961, pp. 258-259, afirma: «La educación de la mujer, en el siglo XVII, era tan desatendida que ni en la capital del virreinato abundaban las damas que hubiesen aprendido a leer correctamente, y aun a estas no se las consentía más lectura que la del Año cristiano u otros ejercicios devotos». Perilli, C., «Los enigmas de una dama y la fundación de la crítica latinoamericana: el Discurso en loor de la poesía», Etiópicas, 1, 2004-2005, p. 136, afirma: «Se puede aceptar una santa: Santa Rosa de Lima, pero no una poetisa. Lo que ratifica el planteamiento de Jean Franco cuando asevera la separación de universos simbólicos en la colonia. La exclusión de la mujer de la autoridad y de la libertad de actuación en el espacio público la empuja a la vida mística donde es controlada por el confesor».
[2] Baranda Leturio, N. Cortejo a lo prohibido. Lectoras y escritoras en la España moderna, Madrid, Arco libros, 2005, pp. 66 y 67.
[3] Martín, L., Las hijas de los conquistadores, Madrid, Ed. Casiopea, 2000, pp. 78-79.
[4] Tanto es así que un obispo se escandalizó al saber que las muchachas y las monjas se vestían de hombres en el escenario y que para ensayar contrataban a actores profesionales. Martín, 2000, p. 84.
[5] Luis Martín, 2000, p. 93. Carrasco, R., «La mujer en la jerarquía sagrada», La mujer en la historia del Perú, C. Meza y T. Hampe, compiladores, Lima, Fondo editorial del Congreso del Perú, 2007, consigna el apellido del marido de Catalina María Doria como Gómez de Silva, p. 323.
[6] Martín, 2000, p. 334.
[7] Clarinda, Discurso en loor de la poesía, [1608], Edición de Antonio Cornejo Polar, Lima, Universidad Nacional Mayor de San Marcos, 1964 y reedición de Latinoamericana editores, 2000, paráfrasis de los vv. 458-459.