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Extremo Oriente y el Perú en el siglo XVI
El Océano Pacífico permitió no sólo la movilidad de la población española a través de las rutas del Galeón de Manila y del contrabando, sino también la migración asiática al Nuevo Mundo. Esta obra reconstruye historias e itinerarios de peruleros en Oriente y de orientales en el Perú durante el siglo XVI; tal como lo afirma el autor, Fernando Iwasaki:
«en la naciente Ciudad de los Reyes se traficaba con mercaderías chinas, circulaban los libros que describían fabulosos viajes orientales, atracaban naves que esparcían la noticia de las riquezas de Filipinas, predicaban misioneros que deseaban el martirio en Japón, se instalaban órdenes religiosas que llegaron con una amplia experiencia evangelizadora en el Oriente y comenzaban a figurar en los censos los primeros chinos y japoneses del Perú (2005, p. 17)».
En el primer capítulo del libro, conoceremos las conexiones políticas y sociales de Gonzalo Ronquillo de Peñalosa, regente de Filipinas. Este personaje envió al Perú una nave, Nuestra Señora de la Cinta, en 1581 y se inauguró así –a pesar de la prohibición de navegación y contacto mercantil– el trayecto entre Manila y Lima para la historia marítima peruana.
Esta nave, Nuestra Señora de la Cinta, emprende el regreso a Filipinas en 1583 con un pasajero clandestino, Juan de Mendoza. Así, el segundo capítulo del libro describe y analiza la crónica de viaje de este perulero: en Relación de la China, de Mendoza narra la travesía del navío de vuelta a Oriente, su arribó a Macao y su accidentado regreso al Perú.
El capítulo tercero inicia con las primeras noticias de Japón en la Corona española para luego sumergirnos en las aventuras y las desventuras de Juan de Solís, quien vivió en Nagasaki, Satsuma y Nagoya entre 1591 y 1594, y las conspiraciones jesuíticas en Macao, Manila y Nagasaki.
En el cuarto capítulo, se abordan los negocios y el contrabando que promueven los propios virreyes del Nuevo Mundo: por ejemplo, el virrey peruano García Hurtado de Mendoza, marqués de Cañete, organizó una costosa expedición al Lejano Oriente para obtener quintales de cobre para la fabricación de artillería.
Los dos últimos capítulos se centran en la llegada de pobladores asiáticos a las costas del Perú y cómo se registró su presencia en un padrón de 1613, y en la comparación de las tareas de evangelización en el Perú y Japón durante el siglo XVI.